13 de marzo de 2010

La Quinta y la catástrofe


Nuestra guardia nocturna se constituyó como todas las noches faltando pocos minutos para la medianoche. En el hall de guardia se encontraban algunos comiendo y comentando el Festival que estaba siendo transmitido por televisión. Otros, se encontraban en la planta baja, conversando mientras fumaban. Todo parecía en un "raro orden". Pronto todos se comenzaron a retirar para poder descansar. Esperaba un día agotador, en el cual debíamos realizar una cancha de consumo, como parte de la implementación de las nuevas ordenanzas impuestas por la capitanía en el manejo de incendios estructurales. A las 01:30 horas, nos encontrábamos durmiendo muchos ya, de forma plácida. La dotación era de 8 voluntarios; con Iván Chavez, Sebastián Turner, Juan Pablo Fernández, Julio Cáceres, Alejandro Odgers, Marcelo Quezada, Rodolfo Garrido a cargo de el Teniente Mauricio Oliveros.



Sin embargo, a las 03:34 horas fuimos despertados por un horrendo ruido subterráneo y un movimiento sin preámbulo que nos sacó de la calma. Recuerdo que de forma autómata y sin entender nada nos calamos las botas y jardinera. Muchos de nosotros pensamos que era un sueño, algo completamente irreal. Al abrir la puerta de la guardia, veo a mis compañeros salir de forma apresurada desde las puertas de las otras tres habitaciones. Todo a nuestro alrededor se movía de forma tan violenta que tastabillé hasta caer a piso. Las cosas caían a nuestro alrededor y el crujir de nuestro cuartel, hizo pasar por nuestras cabezas que de pronto todo caería sobre nuestras cabezas. De pronto nos encontramos todos en las afueras de la guardia, inmóviles, viendo como todo se movía y caían piedrecillas desde el techo de la sala de máquinas. Fué tanto el tiempo que recuerdo perfectamente nuestras miradas aterradas y las palabras de calma - "Va a pasar", "Tranquilos". Desde la escala que da a la sala de máquinas el panorama era bestial. Ver a nuestros camiones sacudidos como si fuésen de cartón, los portones del cuartel flameando como una prenda de ropa al viento y el ruido de estampida infernal que no acabó sinó hasta 2 minutos y 45 segundos que parecieron una eternidad.

Sólo ahí nos miramos bajo el tenue reflejo de las luces de emergencia. El silencio ahora era conmovedor. Sólo ahí corrimos hasta los portones. Al abrirlos sobrevino una réplica casi inmediata, y de una magnitud considerable. Cuando nuevamente hubo tregua, nuestro teniente nos envió a buscar nuestras chaquetas, cascos y cinturones. Al volver, las máquinas ya estaban afuera y cuando nos detuvimos a un costado de ellas, ya en la calle volvió a temblar de forma estrepitosa, sacando a un portón de su carril y dejándolo trabado.
Con nosotros y nuestras máquinas afuera, pude oír recién el grito y llanto de la gente el rugir de los vehículos y una innumerable cantidad de vidrios aún quebrándose. Las personas se empezaron luego a agolpar en el cuartel preguntando por una salida de mar. Las radios tenían un ruido de acople, combinado con muchas conversaciones una sobre otra. Era el caos. Nuestras familias pasaron rápidamente por nuestras cabezas pero debíamos actuar. Eso lo sabíamos todos. El uniforme que portábamos no daba pié a dejar todo botado y salir corriendo. Lo que todo bombero pensó alguna vez que podría suceder estaba sucediendo, sólo que esta vez estábamos en la peor posición. Nunca pensamos que nos podía suceder a nosotros, estando en la bomba, y lejos de las familias.


Con las radiocomunicaciones prácticamente cortadas por el caos, sin luz, sin agua, sin teléfonos ni celulares, comenzamos a ayudar en entregar calma a la gente, curar sus heridas de corte, caídas y dar un provisorio asilo a ancianos, y familias con niños quienes con nosotros se sentían un poco mejor. A esa hora la gente corría despavorida al cerro Macera. La cancha de fúbol aledaña a nuestro cuartel la indicamos a cada uno de los que pasaba preguntando, como una buena zona de seguridad. Les recomendamos a cada uno de ellos movilizarse en vehículo lo menos posible y estar tranquilos. Las réplicas fueron en aumento en frecuencia e intensidad. El escenario en la calle era francamente apocalíptico. Las radios jamás hablaron de una actividad en el mar, y hasta ese instante lo poco que habíamos escuchado por radio era que el sismo había alcanzado los 9,2 grados.

A los varios minutos después comenzaron a llegar más de los nuestros. Los abrazos que nos dábamos al vernos eran de un real afecto y nos alegrábamos mucho al saber que estábamos en buen estado. Ellos nos traían noticias de otros puntos de la ciudad y nos hacían saber que realmente era un evento de grandes magnitudes. Más tarde y cuando ya muchos habían llegado al cuartel, comenzamos a realizar un improvisado conteo de personal. Quien se había encontrado o visto a otro voluntario, o quien sabía de él.
A varios minutos después llegó al cuartel los dos carros de la Tercera Compañía, buscando un punto más seguro; y quienes nos traían noticias de lo vivido en el centro, y de cómo estaban los sectores que recorrieron. La gente había subido a los cerros de Talcahuano, las calles estaban casi inutilizadas, los escombros no dejaban movilizarse y habían personas muertas en las calles. También el Cuartel Central, había sido desalojado con todo su personal y habría presentado daños graves.
Muchos de nosotros, y horas mas tarde comenzamos a saber de nuestros familiares que acudieron al cuartel o lograron, con la ayuda de otros compañeros movilizarse hasta sus casas, sólo para saber de ellos y volver al cuartel. La madrugada se hizo cada vez más oscura en medio de las réplicas y a eso de las 05:00, había entrado en Talcahuano una espesa neblina que borró la luna y las estrellas acompañado con un inquietante olor marino.


No fué sinó hasta el clarear la mañana cuando logramos ver los primeros daños, que sin saberlo era un detalle, frente a la destrucción que encontraríamos en el Puerto. Más tarde sabríamos que algunos de nuestros voluntarios perdieron su casa, muchos sus trabajos e increíblemente algunas otras se encontraban bajo el barro cuando llegaban mojados y con algas enganchadas en los uniformes. Supimos más tarde de los containers esparcidos por las calles, del hedor a muerte y petróleo, de los daños que otros habían visto en la Base Naval mientras trabajaban; de los primeros saqueos a los locales comerciales, de las naves encalladas en calle Blanco, de la pérdida del Cuartel Central y de la devastación general de nuestro Talcahuano.

Lo que nos remeció en su totalidad fueron las noticias que llegaban desde el centro, en el que se hablaba del fallecimiento de la esposa de nuestro Superintendente Sr. Luis Fregonara. El sismo había tocado también a las familias de los Bomberos de Talcahuano, y con ello a todos quienes servimos a esta institución. Fué algo que nos hizo despertar y ver vulnerables a la magnitud de este desastre. Rápidamente muchos de nosotros nos pusimos en la situación, no sólo de nuestro Superintendente, sinó que también en los hijos; Luigi, Piero y Paolo Fregonara de la Cuarta Compañía, y lamentamos profundamente, sin poder entender completamente lo sucedido. El grupo de Rescate Urbano del Cuerpo de Bomberos de Talcahuano y nuestra unidad de rescate acudieron al centro para colaborar en lo necesario.

Las humaredas que se veían en el horizonte correspondían a la acción del fuego en Concepción. Supimos a las horas siguientes de que el fuego había causado estragos en la capital regional y entrada la tarde de las personas que estaban atrapadas en el edificio "Alto Río". La radio Bío Bío funcionaba a ratos y así lograbamos saber algo más de lo que estaba sucediendo en otros lados. No teníamos agua, luz, comunicaciones, combustibles.
Y lo que es peor, tampoco teníamos comida. De esa forma se vieron obligados algunos voluntarios a pedir colaboraciones para bomberos, y lograron llegar con provisiones que tenían que durar por lo menos para hacer vivir por tres días a un equipo de 50 bomberos. Sabíamos que los compañeros de las otras compañías la estaban pasando igual o peor. Nadie se quejó. Aquel día todos comimos a saltos, unas pocas galletas y bebimos media botella de agua.


La noche se vino abruptamente y antes de caer la tarde, varios voluntarios en un derroche de esfuerzo, montaron una improvisada central de comunicaciones para trabajar por la señal nacional, alimentado por un generador que ya había sido dado de baja. Logramos así, conectarnos con lugares tan apartados como Lebu por el sur y Chillán por el norte, trabajando en lo que pronto sería denominado como "central provincial uno".
La central de comunicaciones de Talcahuano, obviamente destruída continuó trabajando en el puesto de mando de la Cuarta Compañía, (recientemente adquirido por el Cuerpo de Bomberos); fué ubicado en la Octava Compañía, del sector Las Higueras. Todo el flujo logístico de nuestro Cuerpo de Bomberos confluía en el cuartel 208.

Aquella noche dormimos en la calle. Tapados sólo con frazadas de nuestra guardia nocturna. A esa altura las réplicas eran algo cotidiano. Fuimos despertados de madrugada por una ligera lluvia que nos hizo olvidar en medio del sueño y el stress la inseguridad de dormir en la sala de máquinas, llena de vidrios y cosas por caer.
El amanecer del día 28 nos trajo la alegría de ver la llegada de una delegación de Frutillar. Eran los confederados los que nos venían a ver. Traían algo más de comida, agua, cigarros para aquellos que estaban nerviosos y lo más importante; sonrisas y fuerzas para continuar. Aquel día se realizaron búsquedas de los primeros reportados como desaparecidos. Salieron al centro un grupo de nuestros voluntarios y el grupo de Rescate Urbano del Cuerpo de Bomberos. Los que quedamos en el cuartel debimos empezar a preocuparnos de los primeros problemas derivados del hacinamiento. El orden, la higiene y en explicarle a la población que de nuestros carros no podía salir ni una sola gota aún, porque se necesitaba para incendios. Aunque muchas veces nuestras explicaciones no bastaron y produjeron una creciente ira en los vecinos, siendo insultados algunos, y otros increpados fuertemente.


Aquel día se comenzaron a vislumbrar las primeras etapas de la crisis social que comenzaríamos a vivir. Había gente caminando por las calles con carros de supermercado e innumerable cantidad de alimentos yacían olvidados en las calles cercanas a los principales expendios de provisiones. Las bombas de gasolina estaban llenas de gente violando los estanques y sacando combustibles con varillas. Los vehículos no respetaban nada y andaban por cualquier sitio. Las turbas saqueaban todo y muchos daños en la vía pública eran ahora producto de la gente y no del tsunami o terremoto. En medio de esa tarde, los primeros balazos rompieron la tranquilidad del sector en que nos encontrábamos. Los primeros militares se comenzaron a ver en las calles cercanas. El toque de queda impuesto era algo que siempre habían escuchado mis generaciones pero que jamás pensamos en vivir. La delincuencia se estaba tomando las calles y a la inseguridad de caminar por las calles evitando las réplicas se sumaba la inseguridad de los asaltos.

En los días siguientes lavarse un poco más que la cara se tornó algo imperioso. Poder lavarse dos veces en el día era un lujo y el tiempo pasaba de forma extraña. Nos perdíamos en los días y cada ciertas horas llegaba alguien que preguntaba si era lunes o domingo. Dentro de esos días fuimos nuevamente despachados a la búsqueda de personas en Las Salinas y nos golpeó la imagen de ver esas casas hechas trizas y mojadas hasta el último ápice. No quedaba duda que había pasado un maremoto por el sector, a juzgar por las casas en medio de las calles que vimos o la cantidad de escombros arrastrados por la fuerza del agua.


Posteriormente llegaron comitivas de Puerto Varas, Rio Bueno, Iquique, La Calera, Osorno, y Temuco. Todos pernoctaban en nuestra compañía y sus terrenos aledaños. Llegamos a ser cerca de 200 voluntarios y se realizaban turnos de vigilancia nocturna por la ola de saqueos, turnos de radio operadores y de encargados de llevar todo el conteo de personal y movimientos que se generaban en el cuartel. Todo el que salía o llegaba debía anotarse en pizarra y avisar al encargado de contabilidad.

El martes 2 de marzo, se desató un incendio que comenzó en las bodegas del supermercado Santa Isabel de Talcahuano. Se extendió el fuego a la manzana completa, aledaña a la plaza de armas. El humo se veía de todos lados y una vez que llegamos al lugar fuimos recibidos por una patrulla de la Armada, que nos acompañó por unos minutos. Aún así sólo tuvimos tiempo para bajar algunas herramientas de entrada forzada y los carros debieron irse. El escenario era desolador y sé que como yo, muchos quisieron detenerse a llorar mientras veían como Talcahuano se había transformado en algo sin forma, en un cuadro bizarro, en un pueblo sin ley. Pero no había tiempo de hacerlo. Ese Talcahuano que juramos proteger y que habíamos caminado y desarrollado nuestras vidas, ya no existía. El mar se había adentrado por al menos 600 metros al interior y habían diseminados por todos lados; containers, sacos de harina de pescado, embarcaciones, vehículos, herramientas navales, peces y animales muertos y una capa de varios centímetros de lodo por todas partes. Casas colgaban desde los cerros. Al hedor a muerte, harina de pescado, petróleo, se le sumaron luego las balas, que con un compañero debimos esquivar en medio de las hordas que corrían dentro de los locales comerciales.
Perplejos en una mitad de calle, todos los bomberos que estábamos combatiendo el fuego veíamos como el fuego consumía un hotel del centro de la ciudad, impotentes sin poder hacer nada. No había agua y las condiciones de seguridad se habían disminuído hasta llevarlo a cero. Estábamos en un campo de batalla del cual teníamos cero dominio. "Estamos acostumbrados a la sangre, al fuego, a lidiar con el dolor ajeno, pero no a las balas" fué lo que escuché de algunos que nos acompañaban, y compartía plenamente esa opinión.



Finalmente y luego de una hora el incendio ya había girado a la siguiente calle y lo pudimos contener aspirando agua desde el mar, realizando convoy con otras máquinas. Al ver el mar, éste se veía como nunca antes. El fondo ahora era claro y los escombros estaban hasta donde se perdía la vista. La postal que teníamos desde el muelle era de "sci-fi", coronada de norte a sur por el mercado colapsado, tres pesqueros encallados en una serviteca, el centro en llamas, un cerro de containers que tapaba la visión hacia el sur; y desde el muelle hasta 80 o 90 metros adentro, hastacalle Blanco, no había nada. Era sólo una mesa en que ni los cimientos de donde estaban las grúas o las bodegas de servicios habían soportado el agua y los escombros.
El caos no se detuvo, y en medio del incendio recibimos la noticia de que otro supermercado estaba siendo consumido por las llamas. La gente parecía verdaderos zombies en las calles, mientras nuestros uniformes se llenaban de sedimentos marinos al arrastrar las mangueras por las calles.


Los refuerzos llegados desde Río Bueno trajeron un alivio para nosotros y la comunidad, ya que los dos carros algibes lograron paliar de cierta forma el problema con el agua. Y de paso el problema de tener que lidiar con unos vecinos ahora hostiles. El stress nos estaba pasando la cuenta y debimos recurrir a terapia de grupo.

Al día siguiente que llegó Río Bueno, debimos partir a la zona de Caleta El Morro y la Ruta Interportuaria para realizar búsqueda. Nuestros compañeros del sur estaban impactados al igual que nosotros del nivel de destrucción que escondía el centro de Talcahuano. Algo que supusimos que nadie en el país veía, ya que no vimos una sola cámara de televisión por muchos días.
Algunas personas de El Morro, confundidas nos recibieron de forma hostil ya que rumoreaban que veníamos al puerto a echar literalmente "a abajo" lo que quedaba de sus casas. Debimos huír en medio de los muellajes de la Pesquera Iquique. Al salir a la calle el saqueo de sus bodegas era un descontrol enorme. El ambiente fué cada vez más espeso. Nos debimos mover hacia el sur, hasta la Ruta Interportuaria y otro grupo volvió más al puerto a buscar a unos rezagados. Luego de eso, escuchamos muchas balas y ruidos de metralla, bombazos. Los militares habían llegado y acordonaron la zona mientras caminábamos por lo que había quedado de la Ruta Interportuaria.
Habíamos caminado ya un trecho, cuando un gran sacudón, una réplica grado 6 hizo que la carretera ondeara como si se tratase de una toalla. Comenzamos a evacuar y solicitamos que regresaran en los carros a buscarnos. Mientras nos subíamos a los carros, observamos que el caos era gigantesco. Incluso a pocos metros nuestro, un caballo había sido faenado en plena calle, dejando sólo como rastro parte de sus interiores y la cabeza del animal en plena descomposición. Habíamos avanzado ya pocos metros cuando al ruido de las balas vimos cómo despavoridamente la gente corría por las calles. De pronto nuestras radios hablan de una alerta declarada de tsunami, producto de la réplica que habíamos sentido. Nuevamente el caos. La calle se llenó de vehículos en segundos y nuestras dos unidades, repletas de voluntarios hasta el techo se debió abrir paso en medio del tráfico. Violentamente llegamos al cuartel en donde se había dado la orden de evacuar. Todo, fué desmentido vía radial a los minutos después e intentamos regresar a nuestras labores.



Pero no sólo los rumores de tsunami fueron la tónica. Más adentrada la tarde, los rumores de bandas de saqueadores que estaban entrando en las casas del sector hizo que nuestros voluntarios montaran guardia en cada esquina del cuartel, portando nuestras herramientas de entrada forzada con la desagradable misión de velar por la seguridad de los nuestros. Algo que jamás pensamos realizar y que con angustia y dolor veíamos como real.
A los días siguientes el contingente de militares aumentó en las calles y sobrevino una tensa calma. Los algibes seguían saciando la sed de la población y comenzamos una rutina de emergencia, consistente en atender la central de radiocomunicaciones y atender el abastecimiento de agua y emergencias "tradicionales".

Hace pocos días atrás el Consejo Regional nos dejó la tarea de ser centro de acopio de víveres para ser repartido a cada uno de los Cuerpos de Bomberos de la provincia.
A la retirada de delegaciones de Iquique y Río Bueno, nos vimos nuevamente acompañados por los confederados de Puerto Varas, Santiago, Puerto Montt y Los Ángeles. Ellos le continúan dando forma a esta situación de que nos descoloca a veces y nos hace vislumbrar un futuro no muy claro.


Sin los confederados nos hubiese invadido la tristeza, la angustia y la desesperación. Y no sólo de ellos, sinó que de todos y cada uno de los que estuvieron con nosotros. El grupo de compañías hermanas cobró un sentido distinto, nos trajo sonrisas, historias y nuevos aires. Con ellos nos sentimos apoyados y respaldados en lo que realizamos y aunque quisiéramos atenderlos de mejor forma, ellos comprenden y nos demuestran que están en Talcahuano porque desean colaborar con nuestra acción, por saber como estamos y por cuidar nuestra integridad como organización; no por morbo, no por aplausos, no por dinero, porque sabemos que cada uno de ellos están trabajando con el corazón, como todos los Bomberos de este país.


Este es nuestro día a día, ahora, luego de que lo peor ha pasado. O por lo menos eso queremos creer. Aunque cada réplica nos recuerda lo que hemos vivido. Esperamos volver a encender nuestros proyectos, levantarnos y seguir caminando con esfuerzo, tal como hemos hecho por estos 102 años de vida, y seguir construyendo la Quinta, nuestra Quinta.

Continuaremos entregando información por medio de este canal, que hemos reabierto para conectarnos al mundo. Sufrimos pérdida de información, que ya hemos repuesto para actualizar de forma normal.



Juan Pablo Fernández Madrid
Editor de Contenidos Internet





FOTOGRAFÍAS DISPONIBLES EN NUESTRO ÁLBUM
(Fotografías de alto impacto visual)


Fotografías por:
Robert Yañez (Voluntario Quinta Talcahuano)
Hector Cárcamo (Voluntario Quinta Talcahuano)
Victor Domínguez
Claudio Vargas-Hott (Voluntario Primera Río Bueno)
Alvaro Araneda (Voluntario Tercera Frutillar)
Eduardo Alcalde (Voluntario Octava Talcahuano)
Boris Carrasco Pacheco
Roberto Lucero Condeza
Fanny Guarda Benavente
Alejandra Gomez Fuentealba
José Ulloa Soto
Ivan Rocha Valladares
Alejandra Medina Mora
Rodrigo Sanhueza Ibaceta
Gonzalo Caceres Alarcon (Cadete Quinta Talcahuano)
Rene Carrasco Barria (Voluntario Primera Frutillar)
Francisco Gutierrez Ellies (Voluntario Primera Frutillar)
Juan Pablo Inostroza Mancilla
José Soto Cárdenas
Luis González Alarcón
Erich Andereya (Voluntario Decimoquinta Santiago)
Fabian González Saavedra
José Muñoz Cisternas (Voluntario Tercera Talcahuano)
Christian Luttecke Scheel (Voluntario Sexta Puerto Varas)