Sin embargo, a las 03:34 horas fuimos despertados por un horrendo ruido subterráneo  y un movimiento sin preámbulo que nos sacó de la calma. Recuerdo que de forma  autómata y sin entender nada nos calamos las botas y jardinera. Muchos de nosotros  pensamos que era un sueño, algo completamente irreal. Al abrir la puerta de la  guardia, veo a mis compañeros salir de forma apresurada desde las puertas de las  otras tres habitaciones. Todo a nuestro alrededor se movía de forma tan violenta que  tastabillé hasta caer a piso. Las cosas caían a nuestro alrededor y el crujir de nuestro  cuartel, hizo pasar por nuestras cabezas que de pronto todo caería sobre nuestras  cabezas. De pronto nos encontramos todos en las afueras de la guardia, inmóviles,  viendo como todo se movía y caían piedrecillas desde el techo de la sala de máquinas.  Fué tanto el tiempo que recuerdo perfectamente nuestras miradas aterradas y las  palabras de calma - "Va a pasar", "Tranquilos".  Desde la escala que da a la sala de  máquinas el panorama era bestial. Ver a nuestros camiones sacudidos como si fuésen  de cartón, los portones del cuartel flameando como una prenda de ropa al viento y el  ruido de estampida infernal que no acabó sinó hasta 2 minutos  y 45 segundos que  parecieron una eternidad.
Sólo ahí nos miramos bajo el tenue reflejo de las luces de emergencia. El silencio  ahora era conmovedor. Sólo ahí corrimos hasta los portones. Al abrirlos sobrevino una  réplica casi inmediata, y de una magnitud considerable. Cuando nuevamente hubo  tregua, nuestro teniente nos envió a buscar nuestras chaquetas, cascos y cinturones.  Al volver, las máquinas ya estaban afuera y cuando nos detuvimos a un costado de  ellas, ya en la calle volvió a temblar de forma estrepitosa, sacando a un portón de su  carril y dejándolo trabado. 
Con nosotros y nuestras máquinas afuera, pude oír recién el grito y llanto de la gente  el rugir de los vehículos y una innumerable cantidad de vidrios aún quebrándose. Las  personas se empezaron luego a agolpar en el cuartel preguntando por una salida de  mar. Las radios tenían un ruido de acople, combinado con muchas conversaciones  una sobre otra. Era el caos. Nuestras familias pasaron rápidamente por nuestras  cabezas pero debíamos actuar. Eso lo sabíamos todos. El uniforme que portábamos no  daba pié a dejar todo botado y salir corriendo. Lo que todo bombero pensó alguna  vez que podría suceder estaba sucediendo, sólo que esta vez estábamos en la peor  posición. Nunca pensamos que nos podía suceder a nosotros, estando en la bomba, y  lejos de las familias.

Con las radiocomunicaciones prácticamente cortadas por el caos, sin luz, sin agua, sin  teléfonos ni celulares, comenzamos a ayudar en entregar calma a la gente, curar sus  heridas de corte, caídas y dar un provisorio asilo a ancianos, y familias con niños  quienes con nosotros se sentían un poco mejor. A esa hora la gente corría despavorida   al cerro Macera. La cancha de fúbol aledaña a nuestro cuartel la indicamos a cada uno  de los que pasaba preguntando, como una buena zona de seguridad. Les   recomendamos a cada uno de ellos movilizarse en vehículo lo menos posible y estar  tranquilos. Las réplicas fueron en aumento en frecuencia e intensidad. El escenario en  la calle era francamente apocalíptico. Las radios jamás hablaron de una actividad en  el mar, y hasta ese instante lo poco que habíamos escuchado por radio era que el  sismo había alcanzado los 9,2 grados.
A los varios minutos después comenzaron a llegar más de los nuestros. Los abrazos  que nos dábamos al vernos eran de un real afecto y nos alegrábamos mucho al saber  que estábamos en buen estado.  Ellos nos traían noticias de otros puntos de la ciudad  y nos hacían saber que realmente era un evento de grandes magnitudes. Más tarde y  cuando ya muchos habían llegado al cuartel, comenzamos a realizar un improvisado  conteo de personal. Quien se había encontrado o visto a otro voluntario, o quien  sabía de él. 
A varios minutos después llegó al cuartel los dos carros de la Tercera Compañía,  buscando un punto más seguro; y quienes nos traían noticias de lo vivido en el centro,  y de cómo estaban los sectores que recorrieron. La gente había subido a los cerros de  Talcahuano, las calles estaban casi inutilizadas, los escombros no dejaban movilizarse  y habían personas muertas en las calles. También el Cuartel Central, había sido  desalojado con todo su personal y habría presentado daños graves.
Muchos de nosotros, y horas mas tarde comenzamos a saber de nuestros familiares  que acudieron al cuartel o lograron, con la ayuda de otros compañeros movilizarse  hasta sus casas, sólo para saber de ellos y volver al cuartel. La madrugada se hizo cada  vez más oscura en medio de las réplicas y a eso de las 05:00, había entrado en  Talcahuano una espesa neblina que borró la luna y las estrellas acompañado con un  inquietante olor marino.

No fué sinó hasta el clarear la mañana cuando logramos ver los primeros daños, que  sin saberlo era un detalle, frente a la destrucción que encontraríamos en el Puerto.  Más tarde sabríamos que algunos de nuestros voluntarios perdieron su casa, muchos  sus trabajos e increíblemente algunas otras se encontraban bajo el barro cuando  llegaban mojados y con algas enganchadas en los uniformes. Supimos más tarde de  los containers esparcidos por las calles, del hedor a muerte y petróleo, de los daños  que otros habían visto en la Base Naval mientras trabajaban; de los primeros saqueos  a los locales comerciales, de las naves encalladas en calle Blanco, de la pérdida del  Cuartel Central y de la devastación general de nuestro Talcahuano.
Lo que nos remeció en su totalidad fueron las noticias que llegaban desde el centro,  en el que se hablaba del fallecimiento de la esposa de nuestro Superintendente Sr.  Luis Fregonara. El sismo había tocado también a las familias de los Bomberos de  Talcahuano, y con ello a todos quienes servimos a esta institución. Fué algo que nos  hizo despertar y ver vulnerables a la magnitud de este desastre. Rápidamente muchos de  nosotros nos pusimos en la situación, no sólo de nuestro Superintendente, sinó que  también en los hijos; Luigi, Piero y Paolo Fregonara de la Cuarta Compañía, y  lamentamos profundamente, sin poder entender completamente lo sucedido. El  grupo de Rescate Urbano del Cuerpo de Bomberos de Talcahuano y nuestra unidad  de rescate acudieron al centro para colaborar en lo necesario.
Las humaredas que se veían en el horizonte correspondían a la acción del fuego en  Concepción. Supimos a las horas siguientes de que el fuego había causado estragos  en la capital regional y entrada la tarde de las personas que estaban atrapadas en el  edificio "Alto Río". La radio Bío Bío funcionaba a ratos y así lograbamos saber algo más  de lo que estaba sucediendo en otros lados. No teníamos agua, luz, comunicaciones,  combustibles. 
Y lo que es peor, tampoco teníamos comida. De esa forma se vieron obligados  algunos voluntarios a pedir colaboraciones para bomberos, y lograron llegar con  provisiones que tenían que durar por lo menos para hacer vivir por tres días a un  equipo de 50 bomberos. Sabíamos que los compañeros de las otras compañías la  estaban pasando igual o peor. Nadie se quejó. Aquel día todos comimos a saltos, unas  pocas galletas y bebimos media botella de agua.

La noche se vino abruptamente y antes de caer la tarde, varios voluntarios en un  derroche de esfuerzo, montaron una improvisada central de comunicaciones para  trabajar por la señal nacional, alimentado por un generador que ya había sido dado  de baja. Logramos así, conectarnos con lugares tan apartados como Lebu por el sur y  Chillán por el norte, trabajando en lo que pronto sería denominado como "central  provincial uno".
La central de comunicaciones de Talcahuano, obviamente destruída continuó  trabajando en el puesto de mando de la Cuarta Compañía, (recientemente adquirido  por el Cuerpo de Bomberos); fué ubicado en la Octava Compañía, del sector Las  Higueras. Todo el flujo logístico de nuestro Cuerpo de Bomberos confluía en el cuartel  208. 
Aquella noche dormimos en la calle. Tapados sólo con frazadas de nuestra guardia  nocturna. A esa altura las réplicas eran algo cotidiano. Fuimos despertados de  madrugada por una ligera lluvia que nos hizo olvidar en medio del sueño y el stress la  inseguridad de dormir en la sala de máquinas, llena de vidrios y cosas por caer. 
El amanecer del día 28 nos trajo la alegría de ver la llegada de una delegación de  Frutillar. Eran los confederados los que nos venían a ver. Traían algo más de comida,  agua, cigarros para aquellos que estaban nerviosos y lo más importante; sonrisas y  fuerzas para continuar. Aquel día se realizaron búsquedas de los primeros reportados  como desaparecidos. Salieron al centro un grupo de nuestros voluntarios y el grupo  de Rescate Urbano del Cuerpo de Bomberos. Los que quedamos en el cuartel debimos  empezar a preocuparnos de los primeros problemas derivados del hacinamiento. El  orden, la higiene y en explicarle a la población que de nuestros carros no podía salir ni  una sola gota aún, porque se necesitaba para incendios. Aunque muchas veces  nuestras explicaciones no bastaron y produjeron una creciente ira en los vecinos,  siendo insultados algunos, y otros increpados fuertemente.

Aquel día se comenzaron a vislumbrar las primeras etapas de la crisis social que  comenzaríamos a vivir. Había gente caminando por las calles con carros de  supermercado e innumerable cantidad de alimentos yacían olvidados en las calles  cercanas a los principales expendios de provisiones. Las bombas de gasolina estaban  llenas de gente violando los estanques y sacando combustibles con varillas. Los  vehículos no respetaban nada y andaban por cualquier sitio. Las turbas saqueaban  todo y muchos daños en la vía pública eran ahora producto de la gente y no del  tsunami o terremoto. En medio de esa tarde, los primeros balazos rompieron la  tranquilidad del sector en que nos encontrábamos. Los primeros militares se  comenzaron a ver en las calles cercanas. El toque de queda impuesto era algo que  siempre habían escuchado mis generaciones pero que jamás pensamos en vivir. La  delincuencia se estaba tomando las calles y a la inseguridad de caminar por las calles  evitando las réplicas se sumaba la inseguridad de los asaltos.
En los días siguientes lavarse un poco más que la cara se tornó algo imperioso. Poder  lavarse dos veces en el día era un lujo y el tiempo pasaba de forma extraña. Nos  perdíamos en los días y cada ciertas horas llegaba alguien que preguntaba si era lunes  o domingo. Dentro de esos días fuimos nuevamente despachados a la búsqueda de  personas en Las Salinas y nos golpeó la imagen de ver esas casas hechas trizas y  mojadas hasta el último ápice. No quedaba duda que había pasado un maremoto por  el sector, a juzgar por las casas en medio de las calles que vimos o la cantidad de  escombros arrastrados por la fuerza del agua.
Posteriormente llegaron comitivas de Puerto Varas, Rio Bueno, Iquique, La Calera,  Osorno, y Temuco.  Todos pernoctaban en nuestra compañía y sus terrenos aledaños.  Llegamos a ser cerca de 200 voluntarios y se realizaban turnos de vigilancia nocturna  por la ola de saqueos, turnos de radio operadores y de encargados de llevar todo el  conteo de personal y movimientos que se generaban en el cuartel. Todo el que salía o  llegaba debía anotarse en pizarra y avisar al encargado de contabilidad.
El martes 2 de marzo, se desató un incendio que comenzó en las bodegas del  supermercado Santa Isabel de Talcahuano. Se extendió el fuego a la manzana  completa, aledaña a la plaza de armas. El humo se veía de todos lados y una vez que  llegamos al lugar fuimos recibidos por una patrulla de la Armada, que nos acompañó  por unos minutos. Aún así sólo tuvimos tiempo para bajar algunas herramientas de  entrada forzada y los carros debieron irse. El escenario era desolador y sé que como  yo, muchos quisieron detenerse a llorar mientras veían como Talcahuano se había  transformado en algo sin forma, en un cuadro bizarro, en un pueblo sin ley. Pero no  había tiempo de hacerlo. Ese Talcahuano que juramos proteger y que habíamos  caminado y desarrollado nuestras vidas, ya no existía.  El mar se había adentrado por  al menos 600 metros al interior y habían diseminados por todos lados; containers,  sacos de harina de pescado, embarcaciones, vehículos, herramientas navales, peces y  animales muertos y una capa de varios centímetros de lodo por todas partes. Casas  colgaban desde los cerros. Al hedor a muerte, harina de pescado, petróleo, se le  sumaron luego las balas, que con un compañero debimos esquivar en medio de las  hordas que corrían dentro de los locales comerciales.
Perplejos en una mitad de calle, todos los bomberos que estábamos combatiendo el  fuego veíamos como el fuego consumía un hotel del centro de la ciudad, impotentes  sin poder hacer nada. No había agua y las condiciones de seguridad se habían  disminuído hasta llevarlo a cero. Estábamos en un campo de batalla del cual teníamos  cero dominio. "
Estamos acostumbrados a la sangre, al fuego, a lidiar con el dolor  ajeno, pero no a las balas" fué lo que escuché de algunos que nos acompañaban, y  compartía plenamente esa opinión.

Finalmente y luego de una hora el incendio ya había girado a la siguiente calle y lo  pudimos contener aspirando agua desde el mar, realizando convoy con otras  máquinas. Al ver el mar, éste se veía como nunca antes. El fondo ahora era claro y los  escombros estaban hasta donde se perdía la vista. La postal que teníamos desde el  muelle era de "sci-fi", coronada de norte a sur por el mercado colapsado, tres  pesqueros encallados en una serviteca, el centro en llamas, un cerro de containers que  tapaba la visión hacia el sur; y desde el muelle hasta 80 o 90 metros adentro, hastacalle  Blanco, no había nada. Era sólo una mesa en que ni los cimientos de donde estaban  las grúas o las bodegas de servicios habían soportado el agua y los escombros.
El caos no se detuvo, y en medio del incendio recibimos la noticia de que otro  supermercado estaba siendo consumido por las llamas. La gente parecía verdaderos  zombies en las calles, mientras nuestros uniformes se llenaban de sedimentos marinos  al arrastrar las mangueras por las calles.

Los refuerzos llegados desde Río Bueno trajeron un alivio para nosotros y la  comunidad, ya que los dos carros algibes lograron paliar de cierta forma el problema  con el agua. Y de paso el problema de tener que lidiar con unos vecinos ahora  hostiles. El stress nos estaba pasando la cuenta y debimos recurrir a terapia de grupo. 
Al día siguiente que llegó Río Bueno, debimos partir a la zona de Caleta El Morro y la  Ruta Interportuaria para realizar búsqueda. Nuestros compañeros del sur estaban  impactados al igual que nosotros del nivel de destrucción que escondía el centro de  Talcahuano.  Algo que supusimos que nadie en el país veía, ya que no vimos una sola  cámara de televisión por muchos días.
Algunas personas de El Morro, confundidas nos recibieron de forma hostil ya que  rumoreaban que veníamos al puerto a echar literalmente "a abajo" lo que quedaba de  sus casas. Debimos huír en medio de los muellajes de la Pesquera Iquique. Al salir a la  calle el saqueo de sus bodegas era un descontrol enorme. El ambiente fué cada vez  más espeso. Nos debimos mover hacia el sur, hasta la Ruta Interportuaria y otro grupo  volvió más al puerto a buscar a unos rezagados. Luego de eso, escuchamos muchas  balas y ruidos de metralla, bombazos. Los militares habían llegado y acordonaron la  zona mientras caminábamos por lo que había quedado de la Ruta Interportuaria. 
Habíamos caminado ya un trecho, cuando un gran sacudón, una réplica grado 6 hizo  que la carretera ondeara como si se tratase de una toalla. Comenzamos a evacuar y  solicitamos que regresaran en los carros a buscarnos. Mientras nos subíamos a los  carros, observamos que el caos era gigantesco. Incluso a pocos metros nuestro, un  caballo había sido faenado en plena calle, dejando sólo como rastro parte de sus  interiores y la cabeza del animal en plena descomposición. Habíamos avanzado ya  pocos metros cuando al ruido de las balas vimos cómo despavoridamente la gente  corría por las calles.  De pronto nuestras radios hablan de una alerta declarada de  tsunami, producto de la réplica que habíamos sentido. Nuevamente el caos. La calle se  llenó de vehículos en segundos y nuestras dos unidades, repletas de voluntarios hasta  el techo se debió abrir paso en medio del tráfico. Violentamente llegamos al cuartel en  donde se había dado la orden de evacuar. Todo, fué desmentido vía radial a los  minutos después e intentamos regresar a nuestras labores.

Pero no sólo los rumores de tsunami fueron la tónica. Más adentrada la tarde, los  rumores de bandas de saqueadores que estaban entrando en las casas del sector hizo  que nuestros voluntarios montaran guardia en cada esquina del cuartel, portando  nuestras herramientas de entrada forzada con la desagradable misión de velar por la  seguridad de los nuestros. Algo que jamás pensamos realizar y que con angustia y  dolor veíamos como real.
A los días siguientes el contingente de militares aumentó en las calles y sobrevino una  tensa calma. Los algibes seguían saciando la sed de la población y comenzamos una  rutina de emergencia, consistente en atender la central de radiocomunicaciones y  atender el abastecimiento de agua y emergencias "tradicionales".
Hace pocos días atrás el Consejo Regional nos dejó la tarea de ser centro de acopio de  víveres para ser repartido a cada uno de los Cuerpos de Bomberos de la provincia.
A la retirada de delegaciones de Iquique y Río Bueno, nos vimos nuevamente  acompañados por los confederados de Puerto Varas, Santiago, Puerto Montt y Los  Ángeles. Ellos le continúan dando forma a esta situación de que nos descoloca a veces  y nos hace vislumbrar un futuro no muy claro. 
Sin los confederados nos hubiese invadido la tristeza, la angustia y la desesperación.  Y no sólo de ellos, sinó que de todos y cada uno de los que estuvieron con nosotros. El grupo de compañías hermanas cobró un sentido distinto, nos trajo sonrisas,  historias y nuevos aires. Con ellos nos sentimos apoyados y respaldados en lo que realizamos y  aunque quisiéramos atenderlos de mejor forma, ellos comprenden y nos demuestran que están en  Talcahuano porque desean colaborar con nuestra acción, por saber como estamos y  por cuidar nuestra integridad como organización; no por morbo, no por aplausos, no  por dinero, porque sabemos que cada uno de ellos están trabajando con el corazón,  como todos los Bomberos de este país.

 Este es nuestro día a día, ahora, luego de que lo peor ha pasado. O por lo menos eso  queremos creer. Aunque cada réplica nos recuerda lo que hemos vivido. Esperamos volver a encender nuestros proyectos, levantarnos y seguir caminando con esfuerzo, tal como hemos hecho por estos 102 años de vida, y seguir construyendo la Quinta, nuestra Quinta.
Continuaremos entregando información por medio de este canal, que hemos  reabierto para conectarnos al mundo. Sufrimos pérdida de información, que ya hemos  repuesto para actualizar de forma normal.
Juan Pablo Fernández Madrid
Editor de Contenidos Internet